martes, 26 de abril de 2011

Metáforas que nos piensan

Sugerente titulo el del libro de Emmanuel Lizcano, que nos invita a profundizar en metáforas que ni siquiera somos conscientes que existen, pero que terminan determinando nuestra mirada cotidiana y nuestra forma de estar en el mundo. Y no se trata sólo de algo poético o literario, sino que invade las llamadas "ciencias duras", como las matemáticas, que según este filósofo y matemático consiguen ofrecer la ilusión de objetividad y universalidad a costa de no asumir cómo ellas mismas se construyen a partir de maneras de estar y comprender el mundo determinadas.

Un ejemplo de cómo nuestra mirada se con-forma a través de las metáforas que se construyen, en este caso en los medios de comunicación:


España y Sociedad o la actualización ritual por los media del mito del Leviatán

Un desolador incendio arrasa nosecuántas hectáreas de bosque y es noticia de ‘Sociedad’. Dos señores se insultan, micrófono en mano, en unos términos que harían enrojecer a las tópicas verduleras, y entonces eso es ‘España’ (o ‘Nacional’ o ‘Galicia’). Más allá del curioso mecanismo que determina si algo merece o no ser tenido por noticia, está ese otro mecanismo que decide la etiqueta de la sección del periódico o del
telediario a que tal noticia corresponde. En mi paso por distintas redacciones de prensa siempre he admirado a quienes, sin el menor asomo de duda, saben que ‘eso es Cultura’ y ‘aquello es Laboral’, como si cada noticia viniera ya con el rótulo de la sección adosado a la espalda (sabido es que las noticias no suelen tener ni pies ni cabeza).

Lo que entendemos por ‘España’ y por ‘Sociedad’ debe mucho a lo que de común alberga cada una de esas etiquetas y, tras años de lectura de prensa y audición de noticiarios, se ha ido sedimentando en nosotros. ¿Qué es ‘España’ (o ‘Catalunya’ o ‘Extremadura’)? Aquí la inducción es sencilla: ‘España’ (o ‘Andalucía’ o ‘Euzkadi’) son sus políticos. Sus dimes y diretes, sus resoluciones e irresoluciones, sus parientes, sus ocurrencias y sus más mínimos achaques. ‘España’ agota a los políticos: nada les ocurre que no quepa en —las páginas de— ‘España’. Más aún, es lo que a ellos les ocurre —o se les ocurre— lo que va dando su forma y contenido a ‘España’. Porque si ‘España’ agota a los políticos, no es menos cierto que los políticos
agotan ‘España’. Tan sólo alguna jerarquía militar o dignidad eclesiástica comparte en ocasiones las páginas a ellos reservadas, las páginas de ‘España’, donde se escribe la Historia. Un número bien limitado de nombres propios y de peripecias personales viene así a coincidir, paradójicamente, con la cosa pública. Ese restringido repertorio de nombres y peripecias es ‘España’ (o ‘Andalucía’ o ...).

¿Qué es entonces ‘Sociedad’? ¿El resto? ¿El in-menso resto? No; por vía deductiva no cuadra. Hay demasiado resto para que pueda alojarse en unas páginas que siempre son más escasas que las de ‘España’. La vía inductiva no parece aportar tampoco sino desconcierto: incendios, asesinatos, terremotos, socavones, violaciones, errores médicos, desertores, estafas, accidentes de tráfico, terneros con dos cabezas, erupciones
volcánicas, epidemias, secuestros y arrebatos... ¿Qué puede haber de común en este museo de horrores? Pues eso: el espanto. ‘Sociedad’ es el lugar del horror, la desmesura y el delito: el espacio de la ley —natural o convencional— violentada. Es lo que está fuera de sí, lo que ha extraviado su cauce: el ámbito de la alienación y el desvarío, la fuente y receptáculo de cualquier abominación imaginable. ‘Sociedad’ se hace
de miedos, recelos, amenazas. Tan sólo una excepción: que el accidentado, el estafador o el violador sean de ‘Nacional’ o de ‘España’, que el volcán erupte justo bajo el Parlamento de Madrid o del autonómico.


Entonces ya no es ‘Sociedad’. Entonces estamos en ‘España’. En ‘España’ es excepción lo que en ‘Sociedad’ es norma: la ruptura de la norma, sea delito o catástrofe. Esa aberración que, excepcionalmente, emerge en ‘España’ viene así a reforzar, por contraste, la legitimidad de cuanto allí ocurre. Que el desvarío de un político quepa también en ‘España’ excluye la posibilidad de que ésa sea allí la norma. El traslado de estas aberraciones de su lugar natural —en ‘Sociedad’— al lugar reservado a los políticos permite, de paso, establecer ocasionales vínculos entre ‘España’ y ‘Sociedad’. Lo cual va alimentando nuestra fe en cierta comunión con los habituales habitantes de ‘España’: sus políticos. ‘España’ mantiene bajo control, bien acotado en su columna y siempre a título de excepción, lo que en ‘Sociedad’ no es sino proliferación incontrolada de barbarie: ese destrozo mutuo al que las gentes y la naturaleza acostumbran a entregarse
cuando se abandonan en ‘Sociedad’. Para tranquilidad general, ‘España’ siempre se impone: manda en portada, tiene más páginas y más principales, y los sujetos de sus titulares portan nombres propios, merecen el crédito (la fe) que aportan las mayúsculas: no como esos seres ominosos que pueblan ‘Sociedad’, siempre esquivos a la identificación (“Asalto a...”), construidos de irresponsables minúsculas (“Los vecinos de...”), cuando no meras fuerzas ciegas (“Mata a su hija y se suicida”, “Se derrumba...”).

Y así, poco a poco, vamos aprendiendo a mirar.

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