miércoles, 13 de abril de 2011

Orden y desorden

Leyendo a Edgar Morin en su Introducción al pensamiento complejo (1 & 2) se puede un@ abrir a la necesidad de abordar el conocimiento superando el reduccionismo y la generalización banal, abrazando las contradicciones que existen para ir más allá. Entre otras ideas, resulta muy interesante su explicación de porque el orden y el desorden existen al mismo tiempo en todos los sistemas y son necesarios de la misma manera para la auto-organización del sujeto y del objeto, de la realidad compleja en definitiva.

Un ejemplo práctico que creo muy ilustrativo, y que ayuda a pensar en cómo construir las diferentes organizaciones de las que formamos parte (aunque habla de empresas, es interesante aplicarlo al mundo asociativo y a los movimientos sociales):


"Tomemos el caso de la economía soviética hasta 1990. Ella estaba regida, en principio, por una planificación central, la cual era hiper-rígida, hiper-minuciosa, etc. El carácter extremadamente estricto, programado e imperativo de esta planificación, la vuelve inaplicable. Ella funciona, sin embargo, a pesar de mucha negligencia, pero solamente porque se engaña y se desenreda a todos los niveles. Por ejemplo, los directores de empresas se telefonean entre ellos para intercambiar productos. Esto  quiere decir que en la cima hay 
órdenes rígidas; pero por lo bajo hay una anarquía organizativa espontánea. Los casos muy frecuentes  de  absentismo  son,  al  mismo tiempo, necesarios, porque las condiciones de trabajo son tales que la 
gente tiene necesidad de ausentarse para encontrar otro pequeño trabajo informal que les permita completar su salario. Esta anarquía espontánea expresa así la resistencia y la colaboración de la población con el sistema que los oprime. 


Dicho de otro modo, la economía de la Unión Soviética funcionó gracias a esta respuesta de la anarquía espontánea de cada uno con respecto a las órdenes anónimas desde lo alto y, por cierto, hizo falta 
que hubiera elementos de coerción para que eso funcionara. Pero eso no funcionó solamente porque había una policía, etc. Funcionó también porque había una tolerancia de hecho respecto a lo que pasaba en las bases y esa tolerancia de hecho aseguraba el funcionamiento de una máquina absurda que, de otro modo, no 
hubiera podido funcionar. 



De hecho, el sistema no se colapsó. Fue una decisión política la que hizo abandonarlo, considerando su enorme derroche, sus débiles rendimientos, su ausencia de inventiva. Mientras duró, fue la anarquía espontánea la que hizo funcionar a la planificación programada. Fue la resistencia en el interior de la máquina la que hizo funcionar a la máquina. 


El desorden constituye la respuesta inevitable, necesaria e incluso, a menudo, fecunda, al carácter esclerotizado, esquemático, abstrato y simplificador del orden. 


Un problema histórico global se plantea entonces: ¿cómo integrar en las empresas las libertades y los desórdenes que pueden aportar adaptatividad e inventiva, pero también la descomposición y 
la muerte? 



Hacen falta solidaridades vívidas 


Hay, entonces, una ambigüedad de lucha, de resistencia, de colaboración, de antagonismo y de complementariedad necesaria para la complejidad organizacional. Se plantea entonces el problema 
de un exceso de complejidad que  es, finalmente, desestructurante. 


(...)


En el límite, una organización que no tuviera más que libertades, y muy poco orden, se desintegraría, a menos que hubiera como complemento de esa libertad, una  solidaridad profunda entre sus miembros. La solidaridad vívida es lo único que permite el incremento de la complejidad. Finalmente, las redes informales, las resistencias a la colaboración, las autonomías,  los desórdenes son ingredientes necesarios a la vitalidad de la empresas. 


Esto puede abrir un modo de  reflexiones... así es que la atomización de nuestra sociedad requiere nuevas solidaridades espontáneamente vividas y no solamente impuestas por la ley, como la Seguridad Social."

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