lunes, 9 de mayo de 2011

Jugarse la vida

Chulo. Te llamaban así, y aunque siempre nos esforzamos, como con tantos otros, por rescatar tu nombre de pila, Jesús, se nos terminaba imponiendo este sobrenombre que reflejaba tan bien tu manera de ser y estar: chulo.

Según el diccionario, chulo tiene varios significados, como:

  • Que habla y obra con chulería.
  • Lindo, bonito, gracioso.
  • Individuo de las clases populares de Madrid, que se distinguía por cierta afectación y guapeza en el traje y en el modo de conducirse.
 Y no puedo evitar reconocer tu recuerdo flotando entre estas palabras que tratan de fijar un concepto en el que tu vida no cabe, pero en el que de alguna manera se refleja tu aroma.

Me resulta curioso que ahora que intento volver a traerte a la memoria, no consigo recordar tu rostro, y sin embargo tu presencia, tu manera de acercarte, de bromear, de estar pendiente de nosotros, de generar encuentros más allá de los miedos y la desconfianza, de superar la violencia y regalar caricias... Todo eso ha dejado una huella inborrable en mí. 

Cuando te vi por primera vez tendrías unos 12 años, recién llegado al barrio de chabolas donde hacíamos biblioteca de calle. Te sabías mover bien, tanto entre aquellos que imponían sus maneras por ser los más fuertes, ayudado por tus maneras macarrillas y tu don para el vacileo, como entre aquellos que vivían más escondidos, por tu cuidado y respeto hacia todos y tus esfuerzos porque nadie fuera avasallado.

Desde que te conocí nunca participaste mucho en nuestras actividades, más bien nos encontrábamos contigo en los entretiempos, en las idas y venidas, aprovechando esos momentos para jugar a cruzar bromas, poses y vaciles; y también en las múltiples intervenciones mediante las cuales nos defendias de otros chavales que generaban problemas, amenazándonos a nosotros o a otros niños. Era ahí, en esos momentos, cuando desplegabas tu maestría para sortear los conflictos y se hacía patente el respeto que todos te tenían.

De esta manera, tu presencia siempre fue garantía para nosotros de buen rollo y confianza, junto con cierta sensación de estar bien protegidos si pasara algo. Quizás por esto lo que queda en mi memoria no es tu cara, sino la sensación de tu cercanía presente.

Todo esto escapa ahora de entre los recuerdos de otra época al enterarme de que te fuiste, electrocutado a los veintipocos años, mientras tratabas de coger algo de cobre. Según algunos, un ladrón de cobre más. Según otros, otro joven que se niega a rendirse y lucha por sacar adelante a los suyos jugando lo mejor que sabe las cartas que le han tocado, asumiendo los riesgos que eso conlleva.

Era evidente, para los que te conocimos, lo mucho que amabas la vida, y lo que ésta tenía para tí de juego, de risa, de encuentro, de lucha, de respeto, de cuidado...

Es inevitable, para los que tuvimos la suerte de aprender a tu lado, vernos inundados ahora por un gran silencio...







El silencio que nombra la ausencia de aquel que sabe jugar y jugarse la vida.

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